El pintor puertorriqueño Carmelo Sobrino nos abre las puertas de sus talleres de expresión creativa y nos revela el secreto de su método, “la línea viajera”
Acudir a una clase de Carmelo Sobrino es abrirse a una experiencia que tiene que ver más con lo místico que con el desarrollo de una destreza manual. Para este pintor nacido en el pueblo de Manatí, al norte de Puerto Rico, todos llevamos un artista dentro al que podemos dar salida.
A sus talleres de arte a los que él llama “de expresión creativa” acuden personas de todas las edades, desde niños hasta personas retiradas. Todas ellas sin embargo tienen un elemento común : están dispuestos a jugar.
Sobrino, es uno de los artistas plásticos más importantes de Puerto Rico y con mayor proyección internacional. A sus 67 años ha recorrido todas las disciplinas del arte plástico, sin embargo en la pintura dice que es donde más cómodo se siente porque dice que es el más lúdico. “Cuando pinto no me gusta pensar en nada, cuanto más inconsciente y más inocente vas a tu búsqueda de expresión, más profunda, más hermosa te sale”, explica. A partir de esa búsqueda inconsciente fue que descubrió la línea aérea.
El poder del “Psicorritmo”
Para desarrollar ese método y estuviera al alcance de todo el mundo se basó en la habilidad que todos tenemos a la hora de escribir. Pero no nos adelantemos.
Es jueves y hoy su clase la componen 8 estudiantes, dos adolescentes y 6 adultos y se han dado cita en el salón comunitario de un moderno edificio del Viejo San Juan. “Todos escribimos buscando el sentido de la palabra, pero no nos fijamos en ese trazo inocente, desarrollamos un estilo, una personalidad”, empieza. Los estudiantes larga cogen su lápiz par empezar a trabajar : “el mero hecho de coger el lápiz entre nuestros dedos y sentirlo y luego apoyarlo para apretarlo entre nuestros dedos y ponerlo escribir, tiene un efecto bien profundo. Sientan, sientan el lápiz”. En ese momento les pide que empiecen a dibujar con los ojos cerrados : “van a apoyar al mano en la mesa, van a dejar la muñeca suelta, aérea. El movimiento va a surgir del hombro. La idea es que hagan una línea gestual, que hable el cuerpo y no solamente la mano, sientan que su trazo tiene libertad…”. Algunos de los estudiantes antes algo nerviosos dan signos de que empiezan a relajarse y la clave es en contacto con el subconsciente, con su ser interior.
Cada uno garabatea el papel sin prisa, con la mano en el aire, a la velocidad justa que cada uno necesita. “El ritmo es otro elemento importante”, dice el maestro, “el trazo no se puede hacer ni muy rápido, ni muy lento. Si tu te mueves muy rápido tu percepción va a ser pobre, es como ir en un carro a 2,000 millas por hora, no vas a ver nada”. Cada uno tiene ritmo donde la percepción de cada uno pueda ir captando a través de la mente la información de la realidad. Es lo que él llama el “Psicorritmo”, la línea viajera debe adaptarse a la propia velocidad sino es imposible crear nada.
La importancia de la “línea viajera”
Los estudiantes abren los ojos, y el maestro los lleva a una reflexión sobre el pasado. “Para mí, el salto cuántico del ser humano fue la línea, la primera línea fue el camino, ese acto que hizo el hombre de caminar y regresar a su punto de partida fue su eje, aquello que le dio seguridad. Luego, la línea dibujada fue lo que le permitió a los primeros pobladores de la Tierra escribir la historia de su vida, tal y como lo demuestran las primeras pinturas rupestres”. Les hace notar que todo lo que tienen a su alrededor en esa sala, mesa, sillas, lámparas, pasó antes de estar allí por una mesa de dibujo.“Por eso yo la llamo la línea viajera porque es la línea la que viaja en el tiempo para ayudarnos a escribir nuestra memoria” dice.
Este tipo de taller de pocos estudiantes es bastante frecuente en la vida de Sobrino. A veces también da talleres individuales como terapia laboral, o simplemente como una técnica para que la persona se relaje y conecte consigo misma.
Ya con los ojos abiertos, los miembros del taller deben dibujar una línea aérea sobre el papel, sin levantar la mano, ni interrumpir el trazo. Lo hacen durante tres minutos hasta llenar el papel de líneas de todo tipo. “Paren”, les avisa. En los papeles en blanco se ve una red de líneas sin fin, una telaraña aparentemente incoherente de trazos. Ahí es donde Sobrino introduce otro de los elementos clave de su taller, la red. Este concepto, explica, le vino a la mente durante su estancia en Haití en 2002 cuando visitó Puerto Príncipe con motivo de la apertura de una de sus exposiciones allí, “me sorprendió la conexión humana que tienen los haitianos, cuando hay precariedad el ser humano tiene la necesidad de hacer contacto, de hacer conexiones porque nuestra supervivencia va a depender de ese contacto.” Eso es una red pero afirma que “todo a nuestro alrededor son redes como así lo ha puesto de manifiesto por ejemplo la tecnología en las últimas décadas”.
El arte como terapia
En sus redes particulares, ahora los estudiantes deben buscar siete formas que les gusten y repasarlas con un marcador. Las formas emergen de la manera más sorprendente. Algunas parecen labios, otras semillas, otras nubes y algunas hasta relámpagos. Empiezan a colorear, a llenar de tramas, a volcar en el papel aquello que llevan en su interior. Al cabo de una hora, cuando terminan están jubilosos y muestran sus coloridas obras y comentan la experiencia. Algunos dicen haberse retrotraído a su infancia, haber recuperado la paz, o haber viajado a lo más profundo de su ser.
Una de las asistentes, Delvis Griselle Ortiz, es amiga íntima del maestro Sobrino y lleva varios años asistiendo a sus talleres, comparte una experiencia con esa técnica aprendida con su maestro. En una ocasión yo estaba pasando por un momento muy difícil y sonó el teléfono era Sobrino, yo traté de explicarle lo que me ocurría, pero no podía parar de llorar, entonces él me dijo, “agarra tus pinceles, y todo ese dolor, sácalo en un canvas en blanco, y sobretodo no hagas juicio, no importa lo que tu pongas sobre ese lienzo”. Asegura que ese consejo de no hacer juicio, fue fundamental para poder liberar su dolor.
Del arte como terapia el maestro también es un experto. Hace dos años se cayó por la escalera de su casa y a raíz de ese accidente descubrieron que tenía el síndrome de Guillen-Barré, una enfermedad incurable que te deja completamente paralizada. Sin embargo él parece no tener secuelas de la grave enfermedad, cuando le pregunto como lo hizo, me contesta : “la línea viajera me ayudó mucho a recuperarme, lo que yo les estaba enseñando a mis estudiantes, lo ensayé conmigo. Mi médico me dice : Sobrino tu eres un milagro”, concluye enigmático.